Por Luis E. Gutiérrez / CNP 4560.
El monstruoso tsunami que llega sin avisar...
Hacía rato que salí de tres días de ayuno. Esa noche me acosté luego de leer la Palabra y entrar en comunión con EL SEÑOR a través de la oración.
Cansado por el agite del día, el sueño me atenazó sin muchos prolegómenos. En espíritu comencé mi viaje en lo onírico y DIOS me puso a viajar como pasajero en el asiento trasero del vehículo de un amigo empresario, justo a las espaldas del conductor.
Al momento de contar tal visión a mi amigo Mauro en un conocido local del Centro Comercial Gina en Cumaná, estado Sucre, Venezuela, me mostraba agitado y nervioso frente al café con leche que suelo pedir cuando me siento en aquel rinconcito de paz en medio del ir y venir propio de una instalación comercial como esa.
-¡Salte de la cama como un resorte, caí de rodillas y postrado en el suelo, clamando misericordia al SEÑOR! Fue una visión calamitosa de una cosa terrible que viene contra esta ciudad, le dije a mi amigo de ascendencia italiana, el cual, hombre culto y educado, escuchó con atención cada una de mis palabras.
-Debió ser algo impactante lo que soñaste, me respondió Mauro.
-Pues sí, le dije. Iba a bordo del vehículo de un amigo empresario. Lo curioso es que no era él quien manejaba el carro, sino un amigo mutuo de ambos y que también es empresario en la Zona Industrial de San Luis en Cumaná.
-¿Y cómo fue eso?, me interrogó Mauro.
- Pues rodábamos a la altura del Hospital Salvador Allende en ruta hacia El Monumento de Cumaná, por la avenida Perimetral norte, cuyo nombre oficial es Cristóbal Colón y que corre por la línea costera del afamado Golfo de Cariaco del estado Sucre. Mi amigo Gino estaba al volante -cosa extraña en esa visión- pero aún más sorprendente es que como acompañante a su lado iba una joven mujer que tengo años que no veo desde mis tiempos como periodista en el Instituto Nacional de Deportes en Caracas, donde ella laboraba en calidad de fisioterapeuta.
En mi visión, el auto, un Ford sedan cuatro puertas, iba raudo por dicha vía rápida en una tarde despejada. Curiosamente, sobre la isla que divide la avenida, justo enfrente del nosocomio (hospital) tipo III que lleva el nombre del fallecido presidente chileno, vi de pie al conocido "Hijo-hijo" Pedro Lucas, un reportero cumanés, y junto a él a una mujer ya fallecida, conocida popularmente como "la copeyana".
De pronto, pasado el hospital y las casas subyacentes, veía el mar, el cual se mostraba indómito, picante, batiéndose con fuerza inusitada contra la orilla.
-Caramba Gino, el mar está "picao" y le mandamos a lavar el carro a Valentino (Alterio), le dije a quien conducía. El salitre hará que se pierda ese trabajo.
En la visión no hubo diálogo, mas yo no estaba concentrado en buscar una plática. Mi mirada estaba fija en el mar encrespado. Al mirar por el vidrio trasero del coche, pude ver como una ola se transformó en una especie de "tubo" gigante de agua (como las que le gustan a los surfistas "cabalgar") y se desplegaba desde las proximidades del centro hospitalario citado en ruta hacia el oeste.
-¡Caramba! El mar se quiere desbordar. ¿Qué es esto?, exclamé.
Gino aceleró el coche al percatarse que el mar comenzó a meterse con una fuerza inusitada hacia la vía, inundándola. La fuerza del agua comenzó a remecer contra la orilla y con extraordinaria furia a los botes que los pescadores suelen anclar en las orillas del Golfo de Cariaco. De pronto la clareada tarde se nubló rápidamente.
Buscando la salida más próxima en ruta a la parte interna de la ciudad, el carro a toda velocidad lo que consiguió fue toparse con una enorme marejada de agua que inundaba en diagonal la Perimetral ante la sorpresa de todos los conductores que circulaban por ella.
-¡El agua se mete en la ciudad!, grité al momento en que subíamos las ventanas del carro ante la llegada de lo que percibimos como imparable y aterrador.
En un momento de la visión, mientras el vehículo se "deslizaba" literalmente sobre las espumas del mar embravecido, me vi flotando en el aire a una apreciable altura. El carro y mis acompañantes no se veían por ningún lado.
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Península de Araya |
-¿Cómo llegué aquí? ¿Dónde?
¿Dónde está (la Península de) Araya que no la veo?, me preguntaba mientras que en mi nariz un fuerte olor a agua de mar lo invadía todo y una cerrada neblina impedía ver claramente en derredor.
El cielo se nubló de manera patente y en un instante, cuando EL SEÑOR disipó la pesada bruma frente a mí, fui observador de la visión más atemorizante que jamás haya tenido en mi vida: una mega-gigantesca e imparable masa de agua, de un alto imponente y muy estruendosa, se desplazaba a alta velocidad teniendo como objetivo ir a estrellarse de manera violenta y feroz contra las edificaciones ubicadas a lo largo de la costa y seguir de largo hacia el interior de la Primogénita del Continente Americano.
Fue allí cuando desperté sudando, nervioso y asustado, saltando como resorte de la cama. Caí de rodillas y me postré ante la presencia del Rey de Reyes, clamando misericordia para la ciudad perversa que le ha dado la espalda a JEHOVÁ, dedicada al latrocinio del erario público, a la maldad de todo tipo como homicidios, narcotráfico, abominaciones de satanismo, brujería, magia negra, santería, palería, nigromancia, fornicación, adulterio, homosexualismo, lesbianismo y otras desviaciones mediante las cuales, el ser humano labra su alejamiento de los estatutos, preceptos y mandamientos del que VIVE POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.
Estos escritos tienen que ver con la visión que el SEÑOR me dejó ver a mí, quien no soy nadie, sólo polvo y ceniza delante de su Magnificente Presencia. Como dice JESÚS DE NAZARETH en la Biblia: quien tenga oídos que oiga. DIOS LES BENDIGA.
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De su hermano en CRISTO
Luis E. Gutiérrez Nieves
Cumaná, estado Sucre, Venezuela.
NOTA: debo señalar que esta visión la tuve muchísimo antes de toparme en Internet con la profecía que ELOHIM ADONAI le manifestará al hermano puertorriqueño Efraín Rodríguez y que me dio luces para entender el por qué del tamaño impresionante de la ola que vi.
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