Por Luis E. Gutiérrez para la Gloria de DIOS
Hacía rato que salí de tres días de ayuno. Esa noche me acosté luego de leer la Palabra y entrar en comunión con el SEÑOR a través de la oración.
Cansado por el agite del día, el sueño me atenazó sin muchos prolegómenos. En espíritu comencé mi viaje en lo onírico y DIOS me puso a viajar como pasajero en el asiento trasero del vehículo de un amigo, justo a las espaldas del conductor.
Al momento de contar tal visión a mi amigo Mauro en un conocido local del Centro Comercial Gina en Cumaná, estado Sucre, Venezuela, me mostraba agitado y nervioso frente al café con leche que suelo pedir cuando me siento en aquel rinconcito de paz en medio del agite propio de una instalación comercial como esa.
-¡Salte de la cama como un resorte, caí de rodillas y postrado en el suelo clamaba misericordia al SEÑOR! Fue una visión calamitosa de lo que viene contra esta ciudad, le dije a mi amigo de ascendencia italiana, el cual, hombre culto y educado, escuchó con atención cada una de mis palabras.
-Debió ser algo impactante lo que soñaste, me respondió Mauro.
-Pues sí, le dije. Iba a bordo del vehículo de un amigo empresario. Lo curioso es que no era él quien manejaba el carro, sino un amigo mutuo de ambos y que también es empresario en la Zona Industrial de San Luis en Cumaná.
-¿Y cómo fue eso?, me interrogó Mauro.
- Pues rodábamos a la altura del Hospital Salvador Allende en ruta hacia El Monumento de Cumaná, por la avenida Perimetral, cuyo nombre oficial es Cristóbal Colón y que corre por la línea costera del afamado Golfo de Cariaco del estado Sucre. Mi amigo Gino estaba al volante -cosa extraña en esa visión- pero aún más sorprendente es que como acompañante a su lado iba una joven mujer que tengo años que no veo desde mis tiempos como periodista en el Instituto Nacional de Deportes en Caracas, donde ella laboraba en calidad de fisioterapeuta.
En mi visión, el auto, un Ford sedan cuatro puertas, iba raudo por dicha vía rápida en una tarde despejada. Curiosamente, sobre la isla que divide la avenida, junto enfrente del nosocomio (hospital) tipo III que lleva el nombre del fallecido presidente chileno, vi de pie al conocido "Hijo-hijo" Pedro Lucas, un reportero cumanés, y junto a él a una mujer ya fallecida, conocida popularmente como "la copeyana".
De pronto, pasado el hospital y las casas subyacentes, veía el mar, el cual se mostraba indómito, picante, batiéndose con fuerza inusitada contra la orilla.
-Caramba Gino, el mar está "picao" y le mandamos a lavar el carro a Valentino (Alterio), le dije a quien conducía. El salitre hará que se pierda ese trabajo.
En la visión no hubo diálogo, mas yo no estaba concentrado en buscar una plática. Mi mirada estaba fija en el mar encrespado. Al mirar por el vidrio trasero del coche, pude ver como una ola se transformó en una especie de "tubo" gigante de agua (como las que le gustan a los surfistas "cabalgar") y se desplegaba desde las proximidades del centro hospitalario citado en ruta hacia el oeste.
-¡Caramba! El mar se quiere desbordar. ¿Qué es esto?, exclamé.
Gino aceleró el coche al percatarse que el mar comenzó a meterse con una fuerza inusitada hacia la vía, inundándola. La fuerza del agua comenzó a remecer con extraordinaria furia contra la orilla a los botes que suelen anclar los pescadores en las orillas del Golfo de Cariaco. De pronto la clareada tarde se nubló rápidamente.
Buscando la salida más próxima en ruta a la parte interna de la ciudad, el carro a toda velocidad lo que consiguió fue toparse con una marejada de agua que inundaba la Perimetral ante la sorpresa de todos los conductores que circulaban por ella.
-¡El agua se mete en la ciudad!, grité al momento en que subíamos las ventanas del carro ante la llegada de lo imparable y aterrador.
En un momento de la visión, mientras el vehículo se "deslizaba" entre las espumas del mar embravecido, me vi flotando en el aire a una apreciable altura. El carro y mis acompañantes no se veían por ningún lado.
-¿Cómo llegué aquí? ¿Dónde? ¿Dónde está (la Península de) Araya que no la veo?, me preguntaba mientras que en mi nariz un fuerte olor a agua de mar lo invadía todo y una cerrada neblina impedía ver claramente en derredor.
El cielo se nubló de manera patente y en un instante, cuando EL SEÑOR disipó la pesada bruma frente a mí, fui observador de la visión más atemorizante que jamás haya tenido en mi vida: una mega-gigantesca e imparable masa de agua, de un alto imponente y muy estruendosa, se desplazaba a alta velocidad teniendo como objetivo ir a estrellarse de manera violenta y feroz contra las edificaciones ubicadas a lo largo de la costa.
Fue allí cuando desperté sudando, nervioso y asustado, saltando como resorte de la cama. Caí de rodillas y me postré ante la presencia del Rey de Reyes, clamando misericordia para la ciudad perversa que le ha dado la espalda a JEHOVÁ, dedicada al latrocinio del erario público, a la maldad de todo tipo como homicidios, narcotráfico, abominaciones de satanismo, brujería, magia negra, santería, palería, nigromancia, fornicación, adulterio, homosexualismo, lesbianismo y otras desviaciones mediante las cuales, el ser humano labra su alejamiento de los estatutos, preceptos y mandamientos del que VIVE POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.
Estos escritos tienen que ver con las visiones que el SEÑOR me dejó ver a mí, quien no soy nadie, sólo polvo y ceniza delante de su Magnificente Presencia. Como dice JESÚS DE NAZARETH en la Biblia: quien tenga oídos que oiga. DIOS LES BENDIGA.
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De su hermano en CRISTO
Luis E. Gutiérrez Nieves
Cumaná, estado Sucre, Venezuela.
NOTA: debo señalar que esta visión la tuve muchísimo antes de toparme en internet con la profecía que ELOHIM ADONAI le mostró al hermano Efraín Rodríguez.
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La ola...
Por: Luis E. Gutiérrez Nieves para la Gloria de DIOS.
-¿Te lo tomas a broma?, pregunté a mi incrédulo amigo.
-Ah, pero tú lo que estás es loco, desquiciado. No digas eso que eso trae pava, adujo mi amigo internauta.
-¿Sabes? Me haces recordar -le dije a mi amigo, muy secular, lógico, cimentado en lo que en su razonamiento cree irrebatible- a aquella grupera de seres humanos indolentes, acomodados, infatuados, amantes de los misales dominicales para "CUMPLIR" con DIOS y así acumular su cuota para obtener el pasaporte hacia el cielo, con la ya muy manoseada frase "yo no le hago mal a nadie".
Y le agregué: -Eres igual a los contemporáneos de la era de Noé, que se pervirtieron y llevaron a DIOS a desatar todas las fuentes de las aguas. No cayeron en cuenta de las advertencias del "loco" aquel que construía un 'tapaíto' gigante por órdenes del SEÑOR", hasta que la puerta del Arca la cerró DIOS, vino el diluvio y se los llevó a todos.
-Pero bueno, ¿vas a seguir con esa loquera? replicó el otro. Pana, la lectura bíblica te tiene desquiciado. Anda a verte con un psiquiatra. Necesitas ayuda profesional. No va a pasar nada. ¡Qué visión ni qué visión nada! Tú lo que tienes es el cerebro volteao. Cómprate uno nuevo, que el disco duro se te malogró.
Lo cierto es que me desvelaba, oraba a DIOS, ayunaba y pedía por mi familia, por mis hijos, nietos, por mis vecinos y amigos. ¡Claro!, también por aquellos que no me querían tanto (y vamos a ser sinceros, por los cuales tampoco sentía un afecto profundo en tal momento, pero bueno...), obviando las razones para tales animadversiones, cumplir con el mandato dado por el bendito carpintero de Nazareth era imperioso, ya que DIOS no hace acepción de personas.
La visión de una ola monstruosa entrando en la ciudad primogénita y con las aguas corriendo con fuerza incalculable por calles y avenidas era una revelación que DIOS le mostró. Resultaba un cuadro dantesco y surrealista, pero... ¿cómo advertir? ¿Qué decir a la gente? ¿Cómo remover sus cuerpos del pegamento que les une a una butaca de comodidad e indiferencia, de incredulidad, dónde sólo lo material copa sus corazones y sus vidas, sin que importe la suerte del prójimo y en más de un caso en particular, la suerte de hasta miembros de su misma familia?
Igual de angustiosa son las imágenes oníricas en un lugar lejano ahora a mi actual sitio de residencia. De movimientos tortuosos de las aguas hacia la zona de Maiquetía, el aeropuerto nacional e internacional y particularmente la reiterada visión de verse colocado en un atardecer hacia la oscurana en un sector del Balneario de Catia La Mar, todo en el estado Vargas.
Allí la gente estaba en su habitual alborozo que incluía música a todo volumen, ingesta de alcohol a raudales y mujeres de variadas edades, mostrando su desnudez. Más allá, grupos de personas tendidas en la arena, gente en el agua. Hombres, mujeres y niños se desperdigaban despreocupados y divertidos por esa franja litoral.
-Mira Henry, ví en esa visión una pared de agua que se acrecentaba a medida que se aproximaba desde el horizonte. Y a medida que minimizaba su distancia con respecto a la orilla de la playa, más grande se hacía. Yo les gritaba a los bañistas que vieran hacia el horizonte marino. Me desgañité para despertarles de su embotamiento fiestero y alcohólico, pero no me oían.
En medio de aquella visión, me percate que no era mi cuerpo lo que estaba en aquel balneario, al cual solían llevarme mi papá y mi mamá de niño, junto a mi hermana menor. Estaba en el espíritu y no podía hacer más nada sino mirar.
De pronto, vio como algunos de los bañistas que estaban en la arena, se les aclaró la vista y apresurados, comenzaron a recoger sus pertenencias, a sus niños y comenzaban a correr hacia el área de estacionamientos, desesperados pensaban en buscar zonas altas como único medio para salvar sus vidas, antes que llegará a la costa lo lo que resultaría imparable e inminente... (continuará).
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TERREMOTO EN CARACAS...
Me volví a reencontrar con mi amigo Henry, de nuevo en la red social. La conversación se decantó en principio por los saludos habituales de rigor sobre la familia y el atajo de la edad, que suele ser algo sobre lo cual tomarle el pelo a la contraparte, hasta que la plática entró de nuevo en el tema de las visiones oníricas de este servidor.
-¿Vuelves otra vez con ese creer tuyo que van a suceder cosas espeluznantes en Venezuela? Yo creo que te lo tomas demasiado a pecho. Los sueños sueños son, nada más. No hay que preocuparse ni tomárselos en serio, dijo de nuevo envuelto en su aparentemente fría seguridad.
Pero yo, vista mi fe y en el afecto que nos une, le relaté otra visión catastrófica dada por el SEÑOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA.
-Lee bien mi amigo lo que me dejó ver el SEÑOR. En mi sueño me vi en Caracas, a la altura del sector Nuevo Circo en la avenida Fuerzas Armadas. Estaba por el lado este de lo que se conoció como el otrora el terminal del Nuevo Circo de Caracas. Pero en el sitio donde me hallaba parado en mi visión estaba baldío, un lote de terreno aplanado debidamente, como si allí se fuera a construir algo a futuro, le relaté.
Mi narración explica que sobre el cielo caraqueño se apostaba un tiempo de nubes bajas, muy oscuras y que el majestuoso cerro El Ávila (Guaraira Repano) estaba cubierto por ellas hasta la mitad de su altura.
Era un día frío, gris. Los colores se habían opacado en ese mortecino atardecer en la capital de la República, aunque la gente andaba en sus habituales corri-corri de un día cualquiera. Más yo estaba allí en medio de una vorágine capitalina que presenciaba con una lejanía que no sabía explicar.
-¿Y qué es eso que viste que te causó tanto pavor y angustia que te hace prevenir sobre presuntos eventos que ocurrirán en Venezuela? ¿De veras crees que eso pasará?, me preguntó Henry en tono de duda.
Sin prestarle atención a mi amigo, digno emulo del apóstol Tomás, seguí relatando que de improviso, en mi visión, el cielo era un techo de nubes oscuras como de lluvia. Por debajo de esa aglomeración comenzaban a pasar una especie de cometas de polvo que se estrellaban de manera violenta contra las laderas de El Ávila (Guaraira Repano), haciendo explosiones atemorizantes.
-Fue en ese instante que viré mi mirada hacia un grupo de edificios ubicados hacia la confluencia norte de lo que hoy por hoy es la sede del Palacio de Justicia y de pronto la tierra comenzó a vibrar, haciendo una especie de crujido, un estruendo, que se incrementaba de manera vertiginosa.
Seguí con mi relato y le dije: -Mis ojos miraron como en fracciones de segundo la violenta remecida de un terremoto de magnitudes insospechadas, mecía los edificios de un lado a otro y la violencia del fenómeno comenzó a derrumbar, como fichas de dominó que se desploman una tras otra por efecto en cadena, esas estructuras, mientras la gente corría desesperada de un lado al otro, presa del pánico, ante la furia imprevista desatada por la naturaleza.
-Fue así como se oían los alaridos: "¡terremoto, ayyyyy, un terreeeemotoooo!!! Las estructuras crujían y se desplomaban y en medio de aquella escena tan atemorizante y catastrófica, me desperté asustado, rogando al cielo que tan cosa no acontezca jamás, si es la voluntad de quién tiene el dominio en el cielo y en la tierra.