“PUEBLO QUE ESCUCHAS, ÚNETE A LA LUCHA”
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Guillermo García Campos |
Si los gobiernos, el ahora reelecto y los que emerjan de los cercanos comicios regionales y locales, obvian trabajar en función de optimizar la gobernabilidad, verán cuesta arriba el objetivo de gestionar eficientemente a favor del pueblo, y es que promover acciones que entrañen cambios sin el concurso de un apoyo consensuado alejara las posibilidades de éxito de los gobernantes y de la sociedad que los encumbra.
El clima nacional tras las elecciones de 07 de octubre no deja traslucir nada adicional a lo que dicen las cifras en las cuales se expresaron las parcialidades contendientes, números que nos exhiben en dos importantes grupos de venezolanos atrincherados en puntos de vista divergentes con respecto del cómo se concibe la gerencia de los asuntos públicos.
No seré yo quien sentencie si ambas posiciones son irreconciliables o no, pero si me sumo a quienes opinan que siendo ambos grupos entidades complementarias de la expresión demográfica del país, políticamente idénticos ante la constitución, enraizados en los mismos elementos que les dan identidad, condicionados a la gerencia de los poderes legítimamente constituidos bajo la égida constitucional, no tenemos alternativa para promover el bienestar del país que exigir como nación al Poder Ejecutivo un tratamiento de inclusión sin condiciones, acciones que sin observancia de la extracción sociopolítica del venezolano que tiene ante sí, se apreste a servir, a borrar las fronteras ideológicas trazadas para el proselitismo electoral.
Debe dibujarse un país entero exigiendo a las autoridades electas o por elegir que se desvistan de los atavíos de guerra usados para sortear las elecciones y sean capaces de elevarse por encima de las diferencias eventuales, e inclusive de las diferencias estructurales con quienes no les favorecieron con el voto, para vestirse con herramientas gerenciales que le permitan diferenciar entre enemigo y diferente, entre elector y enemigo, herramientas que les permitan darse la licencia, sin pruritos ideológicos, de liderar también a quienes en la búsqueda consciente de la mejor gerencia para el país les fueran adversos electoralmente.
Ahora es el momento de comenzar a hacer las cosas bien hechas, ahora con los resultados electorales presidenciales aun frescos, entendiendo que si bien los más de ocho millones de votos obtenidos por el Psuv y sus aliados son una importante cantidad de votantes, los más de seis millones y medio que sumaran los parciales de la Unidad democrática son una muy respetable cifra que aglutina aspiraciones, sueños y horizontes de vida que ameritan respuesta eficiente, justa y oportuna de parte del Gobierno y en ningún caso pueden ser considerados como condenados a padecer los rigores de conformarse con lo que chorrée del festín de un gobierno dedicado sólo a dar respuestas a la parcialidad que le favoreció con el voto y menos aún tener que tolerar los improperios y descalificaciones que han sigo rigor en el lenguaje de los gobernantes para referirse a los venezolanos que no aplauden la gestión gubernamental, a los que no se visten con las prendas del color gobernante o a los que firmaron algún documento en el que patenticen su disenso con las líneas del oficialismo.
Que un solo venezolano fuera objeto de discriminación por las causas mencionadas en el párrafo anterior sería ilegal y reprochable, hacerlo con 25% de la población general del país, o el 44% del padrón electoral, como mejor quiera vérsele, revestiría características de rebelión contra el elector, contra el ciudadano.
La exigencia de respeto es para todos los venezolanos, sin embargo hice inflexión en la demanda hacia quienes no comulgan con las políticas oficialistas porque el pasado reciente del período llamado de la Quinta República abunda en excesos suficientemente documentados que en la práctica entrañan transgresión a las debidas prácticas de gobierno, cuando se gobierna en democracia.
Ahora bien, como quiera que uno no puede anclarse a la plañidera ni a la congoja que inspira lo pretérito, hacemos buena la oportunidad de éste nuevo tiempo, y resultados electorales recién cosechados, para advertirnos a todos que la máxima conveniencia para la nación, es que de manera definitiva, aunque para ello debamos hacer de tripas corazón, es que seamos de capaces de reconocernos como ciudadanos del mismo país, como iguales ante la Ley, como hermanos, como complemento indispensables los unos de los otros para construir un mañana de paz, un mañana de respuestas confiables y eficientes a nuestras más sentidas necesidades, las materiales y las espirituales, en el entendido de que los líderes pasan y pasarán pero que nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos trascenderemos las diferencias políticas circunstanciales para concretar nuestros sueños y ese debe ser un imperativo histórico, una tarea transgeneracional para los ocho millones que ganaron las elecciones y para los seis millones y medio que optaron por otra opción.
En la tarea que tenemos por delante debemos sentir en nuestros adentros el espíritu de la justicia, debemos hacer germinar el árbol de los equilibrios y colgar en él nuestros más sentidos anhelos, no importando tanto a cuáles líderes escogimos para que gerenciaran los asuntos públicos, como sí hacer valer nuestro juicio ciudadano para exigir de ellos, que pongan de un lado los intereses de la parcialidad política que representen, irrestricto apego por la Constitución y las leyes, honradez y eficiencia en la administración de la hacienda pública, de los planes de la nación, todo ello sin confiscar el libre arbitrio de los venezolanos y sin que asuman al país como su fundo privado. Para tales fines deben proliferar organizaciones ciudadanas independientes que sean capaces de cumplir una misión contralora y moderadora de la actuación de los gobiernos, poniendo en cintura a quienes se salgan de las reglas del juego, valiéndose para ello sólo de los recursos legales previstos en el estamento legal que nos rige.
Todos los venezolanos debemos exigir para hoy y para siempre que los gobernantes se subordinen a la voz del pueblo, no al discurso manipulado y perverso de la dispersión social en facciones luchando por jirones de la bandera, sino al pueblo reunido bajo la fuerza del sentido común y del deber ser nacional, estableciendo con el gobierno las líneas a seguir, las grandes estrategias y las acciones aprobadas por todos en un ejercicio ganar ganar, para que nadie sea discriminado y para que la riqueza nacional fluya a favor de solucionar las inmensas carencias de la población, para cerrar las puertas a la corrupción, al chapeo, al abuso de los funcionarios públicos, a la delincuencia organizada encriptada en el alma de las instituciones, a la relajación de los valores, al éxito desmedido de la violencia contra la vida en paz.
Es probable que esta reflexión esté fundamentada en ideas que pueden ser descalificadas por provenir de un pensante iluso, a eso me arriesgo sin temor alguno, reforzado por la firme convicción de que si nos quedamos con los brazos cruzados, esperando a que otros resuelvan lo que a nosotros nos corresponde asumir como reto, probablemente veamos sucumbir muchas patrias antes de conquistar la paz verdadera, una paz viable, para siempre. Si no construimos gobernabilidad emularemos los esfuerzos de un tren tirado por dos locomotoras diferentes, cada uno en sentido contrario.
Guillermo García Campos
guillermogarciacampos@gmail.com