No es frecuente encontrar estructuras
sedimentarias, sin embargo, se han encontrado estructuras de corriente
bidireccional y ondulitas asimétricas apuntando la dirección hacia el mar. El
contenido faunal es variado, se compone de mezclas de fósiles marinos
planctónicos y bentónicos de distintos ambientes, fracturados, y fósiles de
agua dulce y salobre de estratos continentales y transicionales bien
preservados. Los estudios granulométricos señalan el carácter multimodal de los
depósitos con mejor escogimiento hacia arriba. Es frecuente encontrar en la
costa de muchos lugares, a varios metros por encima del nivel actual de las
olas y de las mareas, la presencia de peñas, peñones y megaclastos aislados de
varios metros cúbicos y toneladas de peso que se han interpretado como
arrastrados y depositados por tsunamis (MORTON et al. 2006; USGS
2001; JAFFE & GELFENBAUM 2003; DE MARTINI 2003; SCHEFFERS 2002; SCHEFFERS
& KELLETAT 2004; DAWSON & STEWART 2007; MORTON, GELFENBAUM & JAFFE
2007; SRINIVASALU et al. 2009).
EVIDENCIAS DE
TSUNAMIS EN EL CARIBE
Históricamente,
desde el descubrimiento en 1498 y hasta el año 2000, en la región se han
reportado algo más de 90 tsunamis, 27 de los cuales son considerados verdaderos
y 9 como posibles (LANDER, WHITESIDE & LOCKRIDGE 2002).
El primer
evento tsunamigénico de que se tiene noticia, fue el terremoto ocurrido el 1 de
Septiembre de 1530. Dicho sismo, que probablemente tuvo su origen en la falla
de El Pilar,
originó grandes olas que afectaron
las costas de Venezuela, especialmente Cumaná, Paria y la isla de Cubagua;
a partir de entonces, se han reportado tsunamis de origen tectónico en las
Islas Vírgenes, Rep. Dominicana, Puerto Rico, Antígua, Guadalupe, Barbados,
Martinica, Dominica, Trinidad-Tobago, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
Mención
particular merece el tsunami que produjo el terremoto de Lisboa, ocurrido el 1
de Noviembre de 1755 cuyas olas llegaron a la región del Caribe aproximadamente
9,3 horas más tarde, con alturas entre 0,8 y 1,5 metros en Barbados, Antígua,
Dominica y Martinica; y de 7 a 4,5 metros en St. Martin y Saba respectivamente.
Tsunamis de origen volcánico se han producido en Antígua, Martinica,
Montserrat, Granada y San Vicente. Durante los últimos 400 años, la cadena de
islas de las Antillas Menores ha sido afectada por 24 eventos tsunamigénicos,
la mayor parte de ellos con efectos locales. El principal origen de los
tsunamis en el Caribe es el tectónico, seguido en número por los de tipo
volcánico a menudo acompañados por grandes deslizamientos de masas de tierra
hacia el mar provenientes del flanco de los volcanes y por finalmente, los
tele-tsunamis (MORTON et al. 2006; LANDER, WHITESIDE &
LOCKRIDGE 2002; ZAHIBO & PELINOVSKY 2001; SCHUBERT 1994).
En el Caribe, a pesar de las referencias
históricas, son escasas las identificaciones de sedimentos depositados por
tsunamis. MOYA & MERCADO (2006), citados en MORTON et al. (2006)
describieron, en diversas localidades al noroeste de Puerto Rico, láminas de
arenas finas, a veces con restos de corales, fragmentos de conchas y
concentración de minerales pesados en la base que, por el contraste con los
sedimentos infra y suprayacentes, muy probablemente fueron depositadas por
paleo-tsunamis.
La presencia de megaclastos en las costas de las
Islas Caimán, Puerto Rico, Bahamas, Aruba, Curazao, Bonaire, Barbados,
Guadalupe, San Martin, Anguila y Jamaica ha sido citada como ejemplo
característico de tsunamis (SCHEFFERS 2002; SCHEFFERS A, SCHEFFERS S.
& KELLETAT 2005). Los depósitos de Curazao, Aruba y Bonaire, compuestos por
clastos del tamaño de gravas, peñones y bloques de 100 metros cúbicos de
calizas y corales, localizados a una altura entre 1 y 12 metros por encima del
nivel del mar, fueron posteriormente examinados por MORTON et al.
(2008) quien concluye que no existen evidencias sólidas sobre el mecanismo
responsable del transporte y acumulación de estos sedimentos. Igual conclusión
se alcanzó en sedimentos polimodales compuestos por mezclas de arenas, gravas y
peñones, situados a nivel de las olas en las costas de Puerto Rico, Bonaire y
Guadalupe, previamente atribuidos a la acción de tsunamis, que por su
morfología y características sedimentológicas son más bien resultado de una
larga y repetida acción de olas de tormentas (MORTON et al. 2006,
2008).
Pese a las referencias históricas, es poco lo que
se conoce sobre sedimentos de tsunamis en la costa norte de nuestro país.
SCHUBERT (1994) atribuyó este origen a una acumulación de grava coralina sobre
una terraza erosional de 10 a 20 metros de altura al oeste de Puerto Colombia,
cerca de Choroní en el estado Aragua, sugiriendo que el mismo fue depositado
por un tsunami de extensión local producto de un deslizamiento submarino
originado por un sismo.
LEAL et
al., (2011) identificaron, mediante núcleos no perturbados extraídos en la
periferia del complejo lagunar Los Patos en Cumaná, depósitos de arenas limpias
de base erosiva que, por cuyas características geoquímicas, sedimentológicas y
paleontológicas, interpretaron como productos de tsunamis prehistóricos
posiblemente provocados por sismos en el sistema de fallas El Pilar.
THEILEN-WILLIGE (2006) elaboró, usando imágenes de LANDSAT derivadas de la
Shuttle Radar Topographic Mission (SRTM, 2000), mapas morfométricos integrados con información geomorfológica,
geológica, topográfica y sísmica, para determinar que las zonas más
susceptibles a inundación por tsunamis son el Delta del Orinoco, la región Golfo de Araya-Bahía de
Pozuelos-Barlovento, el Golfo Triste (Morón-Tucacas), la zona del Istmo
de Los Médanos-Golfete de Coro y la Guajira Venezolana. En algunas partes,
se identifican rasgos geomorfológicos paralelos entre sí, casi perpendiculares
a la costa que el autor interpretó como trazas de erosión causadas por
tsunamis. Sin embargo, en ninguna de esas localidades, se hace mención de
acumulaciones de sedimentos depositados por tsunamis (Fig. 5).
(Continuará...)
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