“El recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad”.
Charles Dickens (1812 – 1870),
novelista inglés, autor del libro “Canción de Navidad”.
Culmina un año de zozobras, violencia y arbitrariedades. Un año marcado políticamente por el cáncer presidencial. Como en cualquier gobierno totalitario, todo se mueve en torno a un solo hombre que se ha adueñado del país sin consideraciones legales, mucho menos humanas. La impudicia se casó con la vulgaridad para sentarse en el más alto gobierno, acompañados muy juntitos de la corrupción, la maldad y la ignorancia. Todos los males le han caído juntos a este pobre país rico, que compite en los más rastreros niveles con Haití, Gambia y Zimbawe.
Dos de cada tres venezolanos no tiene empleo formal, trabajan por su cuenta, la mayoría sin seguridad social. El año 2011 cierra con casi 30.000 muertes, producto de la violencia y la inseguridad. La infraestructura nacional está deteriorada a extremos peligrosos para los usuarios; la propiedad, como en todo régimen que se precie de comunista, ha perdido su valor; las industrias nacionalizadas quebradas y causando severos problemas en el aparato productivo nacional, atacado duramente por la políticas económicas de un gobierno que detesta cualquier iniciativa o propiedad privada; en la educación pública se privilegia la ideologización por encima de la calidad educativa y del mantenimiento de planteles adecuados para la salud y comodidad de niños y adolescentes; los hospitales, como tienen pocos problemas, desde enero se verán plagados de médicos comunitarios en cuyas manos estará la salud de un pueblo crédulo que sigue amando a quien los destruye.
Lo peor es el deterioro de los valores, la grosería en público, la ofensa como único argumento, la utilización de la justicia para castigar el disenso, el irrespeto continuo a los derechos de los no alineados o sumisos al régimen. El desgaste moral, los malos ejemplos consentidos y celebrados, la agresión contra la Iglesia Católica, contra la unidad del grupo familiar, el aplauso a los actos vandálicos, la protección a quienes delinquen. Todo ello ha socavado las bases de la sociedad venezolana, una parte de la cual lucha por mantener vivos valores y tradiciones.
Ésta, mi última columna del año 2011, está dedicada muy especialmente a los compatriotas que pasarán nuevamente las navidades lejos de su país, de sus amigos, de su gente, de su terruño. Esos que no comerán hallacas ni pan de jamón, que no escucharán los cohetes ni bailarán en un amanecer gaitero. Mi abrazo y deseos por una feliz Navidad a los miles de botados de Pdvsa, muchos me escriben desde confines del mundo, países remotos, donde ni siquiera se oye un aguinaldo o se ve un pesebre. Mis respetos a ellos, que sacrificaron su trabajo, su vida, su carrera, su familia, por luchar tras una firme convicción: Sabían lo que pasaría con Pdvsa si ésta pasaba a manos del régimen. Tenían toda la razón.
Pido a Dios por todas las familias que lloran la pérdida de un ser querido por esta infame violencia. Pido por los presos políticos que todavía tienen la esperanza de que la mortal enfermedad ablande un duro corazón. Pido por quienes han sido despojados vilmente de sus propiedades, por quienes se desvelan cuidando lo poco que les queda, por quienes tiemblan cuando sus hijos salen de fiesta estas navidades.
Este es el único cumpleaños donde en lugar de darle un regalo al festejado, le pedimos a él que nos obsequie un presente. En las fiestas de la Natividad del Niño Dios solemos pedir por la paz del mundo y de nuestro país, por todas las personas que amamos, por la mejora de la situación económica y por la solución pronta de este embrollo político. Pero también hay que darle regalos al cumpleañero: Regalemos nuestra solidaridad, el amor a la familia, la serenidad en el juicio, la fuerza ante la adversidad, la firme creencia en un Dios que es amor, misericordia y justicia. Que el sentimiento navideño nos invada de paz y nos fortalezca para que el próximo año conduzcamos nuestras vidas, nuestra familia y nuestro país por la ruta del bien.
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